Cuando el rival es la depresión

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Tuve un episodio de pánico. Había cosas que iban mal, pero no sabía qué me estaba pasando. Los médicos me miraron la tensión, me hicieron pruebas y no vieron nada. Seguí compitiendo… Como estaba inmerso en el deporte, continué. Pero empecé a preocuparme porque pasé de controlarlo todo a ver que no controlaba mi cuerpo y eso me sobrepasó».

Corría el año 1990. Antonio Corgos era uno de los atletas españoles más importantes del momento. Tres veces olímpico (Moscú, Los Ángeles y Seúl), el saltador de longitud, plusmarquista nacional en ese momento con 8,23, era subcampeón de Europa al aire libre y también en pista cubierta. Pero las lesiones aparecían una y otra vez en su carrera. De hecho aquel año tuvo que pasar por el quirófano.

A ese parón se le unieron graves problemas familiares… y empezó a sentirse mal. «Una noche me tuve que salir del cine con muchos mareos, parecía que me había pasado un tren por encima. Me llevaron a urgencias. Y no me vieron nada», recuerda Antonio. «Me dijeron que era un ataque de ansiedad, pero le quitaron importancia. Y al tiempo volví a los entrenamientos. La rutina me ayudaba y yo siempre había sido fuerte mentalmente».

En 1995, Corgos decidió retirarse. Seis años después, en 2001, falleció su entrenador tras sufrir un accidente de tráfico. «Me ofrecieron su trabajo y ahí empezó a aflorar todo de nuevo. El cuerpo lo somatizó y mis primeros problemas fueron físicos. Pero ya estaba retirado, no tenía el deporte como defensa y todo empezó a superarme».

El relato de Antonio Corgos describe algunos de los síntomas de la depresión, una enfermedad mental que no distingue edades ni grupos de población y de la que precisamente se ha vuelto a debatir en el panorama nacional tras el anuncio de retirada de la remera Anna Boada.

Tristeza, desesperanza, falta de energía, estado de ánimo irritable… Aunque en general el deporte, también el de élite, contribuye a minimizar muchos de estos efectos, los deportistas no están exentos de poder sufrir sus consecuencias y también viven en primera persona el estigma que aún rodea a estas patologías. «La enfermedad mental sigue siendo un tabú en la sociedad», explica José Carlos Jaenes, psicólogo deportivo y clínico del Centro Andaluz de Medicina Deportiva. «En el deporte de élite parece imposible que suceda. Nos sorprende quizás más porque sus protagonistas son sujetos aparentemente sanos, jóvenes, competitivos… Pero también son seres humanos».

La conciencia sobre el papel que debe tener el trabajo psicológico en la alta competición ha variado con el tiempo, de forma paralela a su evolución en la propia sociedad. Toñi Martos, psicóloga del deporte desde hace más de dos décadas, ha vivido algunos de esos cambios. «Determinados gestores deportivos aún son reticentes a incorporar la figura del psicólogo a las estructuras, aunque hemos mejorado en los últimos años», explica Toñi. «Ayudamos al deportista a optimizar su rendimiento, pero nuestra labor va más allá: debemos prepararles también para afrontar ciertas etapas claves, entre ellas la vida deportiva cuando aún están en categorías inferiores o la retirada».

Porque después de muchos años dedicados en exclusividad al deporte, el adiós a la competición supone enfrentarse a un desierto vital por el que algunos deportistas no saben transitar. «Nosotros les preparamos para ese momento, que tarde o temprano llegará», analiza Martos. «Trabajamos la retirada como una mezcla de duelo y adicción. Por un lado, el adiós es similar a una pérdida. Se han dedicado en cuerpo y alma a un sueño, a lograr unos objetivos. Durante esos años tienen toda la vida programada, están protegidos por su grupo de entrenamiento… y de repente todo eso cambia. Por primera vez en años tienen que adoptar ellos sus propias decisiones. Su estilo de vida varía de forma drástica. Y además dejan una actividad que tiene una parte adictiva en el buen sentido, es decir, les aporta adrenalina, el bienestar del sacrificio y la recompensa al esfuerzo».

El vacío en la retirada

La ausencia de una rutina -los entrenamientos, la competición, los viajes o la planificación por objetivos de cada temporada- deja un vacío que en ciertos casos cuesta llenar. Y ahí pueden surgir las dificultades si el individuo es proclive a estados de tristeza o depresivos. «Mi mayor problema era saber cuándo me iba a duchar», reconoce ahora Antonio Corgos, al que le diagnosticaron depresión hace varios años. «Yo nunca había sentido angustia por competir, he disfrutado toda mi vida en la pista. Pero el deporte es un trabajo con objetivos altos y vives siempre en el hilo del fracaso. Crees que no te afecta, pero va haciendo mella. Y cuando lo dejas empiezas a encontrar vacíos».

Corgos rehusó durante un tiempo la medicación, quería salir solo del pozo, con el deporte y los entrenamientos, pero al final tuvo que aceptarla. «Cuando volví a saltar después del primer episodio de pánico me dije: ‘¿Ves cómo puedes?’. Pero el subconsciente es el que manda, para lo bueno y para lo malo. Quizás no haberlo tratado en su fase inicial me haya hecho recaer después. En cualquier caso, siempre me ha ayudado hablar de ello, aunque soy una persona introvertida».

Las enfermedades mentales son patologías que en ocasiones se viven en silencio, una característica que contribuye a generar esos estigmas. Por eso los psicólogos abogan por dar visibilidad a estos procesos y dotar de formación y herramientas a los deportistas, lo que les permitirá afrontar mejor cualquier circunstancia negativa y, en caso de que el problema se agrave, saber cómo pedir ayuda. «No hay que vivir la retirada como un trauma, sino como el inicio de un proceso de transición al que cada individuo se adapta de una forma distinta», asegura Pablo del Río, psicólogo del Centro de Medicina del Deporte del CAR, en Madrid. «Pero yo, y muchos compañeros, lo trabajamos desde la formación, que debería ser paralela y estar integrada en el resto del entrenamiento».

Porque no sólo el adiós al deporte de élite puede desencadenar problemas emocionales. La alta competición lleva aparejada grandes dosis de ansiedad, frustración, responsabilidad… Por eso en cada caso el detonante es distinto. «Yo no supe afrontar el éxito», repasa el exnadador Rafa Muñoz, que batió en 2009 el récord del mundo de 50 mariposa y semanas después compartió podio con Michael Phelps en los 100 metros. «Llevaba unos meses en los que no me encontraba bien y aquella marca me vino grande. Siempre me había encantado nadar, pero se convirtió en un suplicio, sabía que algo me estaba pasando. Y entonces me escondí detrás de la bebida. Llegaba muchos días borracho. Hay que tener en cuenta que nuestro rendimiento se basa en una parte física, pero también en otra mental, que hay que cuidar con la misma dedicación».

Las adicciones, al alcohol o las drogas han estado detrás de los problemas depresivos de algunos grandes deportistas, tanto españoles como internacionales. Uno de esos casos fue el de Jesús Rollán, que acudió en 2005 al COE para pedir ayuda. Fueron Alejandro Blanco, que acababa de acceder a la presidencia de este organismo, y Alfredo Gómez, antiguo exwaterpolista y responsable del programa de tutoría del COE, quienes le apoyaron y sugirieron su ingreso en un centro especializado.

«El de Jesús fue un caso muy complicado», recuerda Alejandro Blanco, presidente del COE, con pesar. «Vino a buscarnos junto al presidente de la Federación. Me dijo: ‘Tengo 32 años y desde los ocho no sé hacer nada más que estar en el agua. Quiero seguir trabajando en el agua’. Me dijo que se iba a Bilbao, porque allí tenía pareja, y le buscamos un trabajo en las piscinas. A la semana le dio una crisis, le internamos y a los meses no logró superar la enfermedad que tenía y se suicidó. Cuando murió fue cuando se supo que el COE estaba sufragando aquellos gastos. No se lo habíamos dicho a nadie, lo único importante en aquel momento era Jesús».

El caso de Rollán, una de las grandes figuras del waterpolo de la década de los 90 -campeón olímpico en Atlanta y plata en Barcelona, además de doble campeón del mundo-, había marcado un punto de inflexión. Nada más llegar al cargo, Alejandro Blanco decidió reactivar la Tutoría de Deportistas -ahora Oficina del Deportista- y Jesús fue uno de sus primeros beneficiarios. «Si algo he hecho en mi vida bien es ayudar a los deportistas en aquello que necesitan», reitera Blanco. «Siempre les digo que nosotros les ayudamos, pero para que ellos se ayuden.Es decir, tienen que formarse, trabajar… A veces no es tanto un problema de dinero, sino de concepto. En el fondo estamos hablando de la vida, no de la competición».

Jubilación a los 35 años

El deporte de élite tiene unas características peculiares e inherentes, distintas a cualquier otra profesión. «Por ejemplo, es la única actividad en la que te jubilas a los 30 ó 35 años», apunta Ramón Cid, entrenador de atletismo y exdirector técnico de la Federación Española. «Y tiene una carga emocional brutal. La retirada es un trance, pero también es verdad que el porcentaje de deportistas que tienen depresión es muy bajo. Eso sí, tenemos que dar todo nuestro apoyo a quien lo necesita».

También los inicios de la mayoría de carreras deportivas se dan en la etapa infantil y, si el individuo destaca, es en la adolescencia donde empiezan a adoptar decisiones vitales importantes, como el traslado de ciudad para ingresar en un Centro de Alto Rendimiento. «En la residencia Blume, un 30% de los deportistas son menores de edad», explica Pablo del Río. «Necesitan apoyo y por eso habría que hacer un estudio real de sus necesidades, porque son distintas a las de otros grupos de edad».

Más allá de la depresión, existen otras enfermedades o dependencias que tienen una mayor incidencia entre los jóvenes. «Hay alteraciones en la conducta de alimentación -como anorexia o bulimia-, adicciones a las nuevas tecnologías…», destaca Del Río. «Entre los deportistas hay pocos casos, pero debemos actuar antes de que pueda producirse alguno, con formación en nutrición y el uso de móviles o redes sociales… Es importante realizar un análisis de las necesidades reales que tiene un deportista en un CAR, diseñar una estructura para el entrenamiento, pero también para sus estudios, sus momentos de ocio…»

Porque, en definitiva, bajo ese deportista de talento, éxito, trabajo y constancia, se encuentra el individuo que también afronta fracasos, malos momentos, lesiones o problemas, detonantes en algunos casos, los menos, de enfermedades mentales que deben cuidar los profesionales.

Fuente: www.eltiempo.com

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