El griego George Averoff fue el personaje decisivo para que pudieran celebrarse los primeros Juegos: Los pagó
La magia de las cifras redondas hace que hoy el mundo celebre el 120 aniversario de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Atenas. En realidad, las gestas -cada participación fue una- y las incontables anécdotas que se vivieron en aquellos juegos tenían tanto valor en el quinto aniversario, como en el vigésimotercero, el octogésimo cuarto o el céntésimo decimoctavo.
Pero precisamente por eso todos los momentos son buenos para recordar a los pioneros que, sabiéndolo o no, estaban convirtiendo en un hecho social de alcance mundial: si los Mundiales de fútbol, por ejemplo, se celebran, se deben a que los Juegos Olímpicos demostraron la viabilidad y la repercusión de un evento así. El haberlo logrado se debe al esfuerzo de un solo hombre: Pierre de Coubertin, creador de la idea e infatigable en la lucha por hacerlo posible. Suyo fue el mérito de haber convencido a la familia real griega de sacar partido del pasado de su país acogiendo los Juegos, pero también el de no haberse venido abajo cuando las dificultades económicas de organizar una cita de un inédito costo y complejidad en un país mísero se impusieron.
Una máxima modena presente en todos los libros de autoayuda reza que los problemas son, en realidad, oportunidades. Y esa penuria fue la oportunidad que ‘necesitó’ Giorgios Averoff para convertirse en el primer héroe olímpico. Era griego. De la diáspora, pues residía en la egipcia Alejandría, al otro lado del Mediterráneo. Había logrado convertirse en el primer comerciante de Egipto, además de banquero y empresario agrario, y a causa del recuerdo de sus difíciles inicios era también filántropo: sembró Egipto y Grecia de escuelas y también era un poco el último recurso de Grecia cuando el país no daba para más. Coubertin y el príncipe Constantino le pideron ayuda -Tricoupis, el primer ministro, había dimitido al negarse a financiar el evento con los escasos fondos del estado- y Giorgios, que tenía a la sazón 80 años, sacó del bolsillo un millón de dracmas de oro. Con ese dinero pudo construirse el estadio Panathinaiko con el mejor mármol del Pentélico, aunque alguna grada de madera también hubo que poner.
Monumento a George Averoff. Atenas.
Averoff se involucró todo lo que pudo en los Juegos. A competir no llegó, claro, pero sí a recibir a todos los participantes foráneos que acudieron al calor de la llamada olímpica y la promesa de aquel magnífico estadio que él había pagado. Averoff no figura en lista alguna de récords, pero gracias a él Albert Flatow, el gimnasta judío que murió en el campo de Theresienstadt, pudo ganar el primer oro en su deporte. Frente a sus gradas pudo el escritor Connolly proclamarse primer campeón olímpico en 1.500 años hace hoy exactamente 120. Gracias a él los tiradores estadounidenses se encontraron unos Juegos en los que participar pese a que, por la confusión entre su calendario y el juliano, aún usado en Grecia, llegaran casi para pasar del barco a la galería de tiro. También se pudo programar la prueba de ciclismo en la que el británico Thomas Battell, bronce, se vio discutido por ser profesional dado que, como era cartero, ganaba dinero por pedalear (así se las gastaban en la época), se organizó la prueba de natación en la que se dejó a los competidores solos frente a un mar bravío a más de 1.000 metros de la costa…
No costa, aunque es muy probable, si Averoff estaba en el palco de ‘su’ estadio cuando los Juegos culminaron su apoteosis con el triunfo de Spiridion Louis. Para unos pastor, para otros aguador, pero para todos vencedor del primer maratón olímpico, una prueba concebida por un intelectual francés, Michel Breal, en homenaje a la Antiguedad Clásica que como era de esperar, Grecia adoptó con tanto alborozo como recuperó los Juegos Olímpicos. Tanto, que ante la posibilidad de que el triunfo volara fuera de sus fronteras, la noche antes de la carrera un coronel del ejército griego describió a los participantes el recorrido con tal lujo de detalles truculentos que los extranjeros, salvo cuatro, se retiraron. Tomaron la salida 18 hombres y, al día siguiente, una mujer, que tras serle negada la participación repitió el recorrido y logró acabar la carrera en las puertas del Estadio.
Ante las alborozadas gradas, Louis entró en solitario en el Panathinaiko. El rey Jorge y el príncipe Constantino saltaron del palco para hacer los últimos metros a su lado. Después entraron los también helenos Charilaos Vasiliakos y Spiridion Belokas. Luego, el húngaro Gyulia Kellner, que protestó alegando que Belokas había realizado parte del recorrido subido a un carro. El príncipe Constantino llamó a ambos a su presencia y preguntó a Belokas si la acusación era cierta. Cuando este bajó la cabeza y no respondió, el príncipe le despojó de la camiseta y le expulsó de su presencia. Cuentan algunas crónicas que al caer la noche, tras la clausura, el solitario Belokas seguía sentado en las gradas: fue el primer descalificado.
El crucero Giorgios Averoff
Averoff falleció en 1899. Tras haber regalado a Grecia el Conservatorio, la Academia Militar, la de Agricultura, los Juegos Olímpicos y gran cantidad de escuelas, le legó en el testamento un barco de guerra: un crucero de combate. Su estatua, de levita, abrigo en el brazo -en Atenas en abril puede hacer frío- y mano abierta, recibió durante muchos años a los visitantes del Estadio Panathinaiko y hoy aun se conserva en Atenas. El crucero con su nombre hoy es un museo. Fue el primer héroe olímpico, porque lo fue incluso antes de que los Juegos existieran.
Fuente: www.marca.com
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